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lunes, julio 9
Un mapa con canas
Paseando mi vista por los canales de televisión, descubro sorprendido que a esta hora está nevando en Argentina. Especialmente en zonas donde hacía muchísimos años que esto no ocurría.
Por alguna razón de inmediato necesité trasladar esas hermosas imágenes a esta ciudad, y configurar así una de las postales más hermosas que pueda hoy imaginar: la de un Montevideo bajo nieve.

Mi piel se eriza cuando imagino a la plaza Mártires de Chicago blanca, cubierta de nieve y de pies de personas emocionadas, agradecidas. Vecinos, compañeros, familia y extraños mirando juntos a un cielo gris que de esta forma sutil los acaricia por vez primera.

Un panorama único, un momento imperdible -si la salud y otras circunstancias lo permiten-, que obligaría, al menos por un rato, a detener las máquinas. Entiendo que estos trámites necesitan despacho hoy, es verdad, pero es probable que no volvamos a vivir esto de nuevo, al menos no aquí, al menos no en esta vida. Así que ¿cómo resolvemos el dilema? ¿Qué elegimos?

En ese paisaje de autos parando en cualquier lado me imagino corriendo. Debo compartir este momento con las personas que quiero. Pero, ¿cómo? Son muchos los lugares en los que al mismo tiempo quisiera estar para compartir esta sonrisa del tiempo. Y siempre hay que elegir...
Mientras, la ciudad sin poder hacer nada se enfría, avergonzada por no saber cómo actuar al tiempo que su anatomía vira de color.

La Ciudad Vieja al blanco, como sus novias.

Los patios de recreo, en todas las escuelas blancos, como sus túnicas.

Los cantegriles que salen por un rato del color tierra.

Las calles partidas olvidándose de su gris y del ya incoloro maquillaje de hojas podridas.

El estéril césped de los frentes de las cárceles cubierto de inocencia perdida. Ojos que se escapan por entre los barrotes hacia un lugar que no fue. El piso de las celdas cubierto de corazón en cristales.

Las casas de salud. Los hospitales.
El almacén de la esquina, los bares.

Risas, cuentos y emoción sobre las veredas vencidas, entre los perros que corren y los niños que juegan.

Y yo corriendo. Porque me gustaría vivirlo en varios lugares, pero sólo puedo elegir uno. El primero que me mostró mi mente. Ese que pide a gritos mi interior.
Así que ahí voy llegando, por fin voy doblando esa esquina, tratando de no resbalar en su barro al fin estoy, para llegar hasta mi vieja y su abrazo, y disfrutar juntos de este baño de nubes y rocío que nos regala la vida.

Montevideo entera pensando en un solo color y no es el celeste...