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jueves, marzo 29
Luminarias
Peatones de apuro bajo la lluvia, mientras bajo las luces los contemplo. Me muestran en sus rostros bañados de circunstancia que la estación de capa gris ha llegado. Vino con sus vientos, sus amagues de frío, sus noches a la siete.

Parece que una vez más voy a poder disfrutarlas.

Vuelve a regalarnos la vida las caricias de su brisa, en tus mejillas y en las mías. Las paradas de ómnibus parecen más llenas, o los parados más mullidos. Las calles comienzan a pasar más horas a solas, testigos de los andares de quienes obligados las caminan. Otoño ha vuelto.

Y vuelvo también a caminar avenidas en un día de semana, sólo para ser testigo de la rutina, esa máquina que tantas veces a mí me incluyó entre sus engranes. Porque cuando le escapo me permite observar las colas de los coches, que cada vez son más largas, junto a las últimas túnicas con moñas del día. Los vientos rotando de dirección y mis piernas tratando de decidir cuál siguen. Todos huyéndole a la lluvia, promisoria de sueños húmedos que resfrían. Todos bajo las luminarias que cuando el día parece noche -o como yo prefiero creer, cuando la noche se hace día- adelantan su luz, ayudando tenues y naranjas a que los recuerdos se me aparezcan en cada charco, en cada impermeable, en cada escalera embarrada.

Recuerdos, húmedos recuerdos, fríos recuerdos, abrigados, por todas partes, aunque no los busque. Aunque me halle trabajando o estudiando a encierro, o escuchando a algún profesor repitiendo un libro, sus imágenes me llaman y me vuelven permanentemente a mi nido.
Y a su espectáculo de a ratos blanco, de a ratos naranja, de a ratos simplemente oscuro.

Hubo algo que siempre me gustó de la Facultad de Medicina, sus anfiteatros. Especialmente los de Anatomía y Fisiología, separados por un largo pasillo que ha visto mil ilusiones perdidas y encontradas. Seguramente desde el punto de vista funcional estén mal diseñados, ya que es imposible que alguien entre o salga de esas aulas sin ser notado. Nadie pasa desapercibido en su llegada tarde o en su marcha antes de tiempo; las puertas se encuentran a ambos lados de la pizarra, frente al alumnado completo, allí donde el profesor diserta y disimula la angustia de verlo partir antes de lo asignado. Si es que le importa. Así que por un momento, quienes pasan esas puertas, son protagonistas.

Recuerdo ver a mis compañeras atravesándolas a oscuras, susurrando permiso al entrar, con sus cabellos y sus ropajes visiblemente mojados e incómodos, listas para resfriarse al compás de una voz destemplada en una lectura teórica acerca de la histología de la vía respiratoria alta.

Recuerdo un día como el de hoy, hace exactamente dos décadas, cuando nacía mi hermano bajo un cielo gris, que no era obstáculo para una luz omnipresente y cálida; la mano que lo trajo a este mundo estaba allí.

Y creo que para eso en realidad se yerguen las luminarias.

Para que se iluminen los recuerdos, y no se sequen al olvido.

Para que el calor de la luz se sienta una vez más, aunque ya sea tarde.

Para que no olvidemos lo importante que es llevar luz adonde se vive a oscuras.
 



2 comentarios:


  • El 10:12 a.m., Anonymous Anónimo

    ya lo cantaba don Alfredo:

    Qué triste ha de ser el mañana
    sin una esperanza.
    Qué oscuro el camino la vida
    si no hay luz en el alma.

     
  • El 5:30 p.m., Blogger Dayh

    Sin palabras, sos un disparate, me encanta como escribís...