(function() { (function(){function b(g){this.t={};this.tick=function(h,m,f){var n=void 0!=f?f:(new Date).getTime();this.t[h]=[n,m];if(void 0==f)try{window.console.timeStamp("CSI/"+h)}catch(q){}};this.getStartTickTime=function(){return this.t.start[0]};this.tick("start",null,g)}var a;if(window.performance)var e=(a=window.performance.timing)&&a.responseStart;var p=0=c&&(window.jstiming.srt=e-c)}if(a){var d=window.jstiming.load; 0=c&&(d.tick("_wtsrt",void 0,c),d.tick("wtsrt_","_wtsrt",e),d.tick("tbsd_","wtsrt_"))}try{a=null,window.chrome&&window.chrome.csi&&(a=Math.floor(window.chrome.csi().pageT),d&&0=b&&window.jstiming.load.tick("aft")};var k=!1;function l(){k||(k=!0,window.jstiming.load.tick("firstScrollTime"))}window.addEventListener?window.addEventListener("scroll",l,!1):window.attachEvent("onscroll",l); })(); El Eterno Andar
sábado, septiembre 23
La basura y sus problemas
La basura se junta. Se amontona. Se esparce.
Todo aquello que no sirve, que sobra o que molesta, es basura.
Lo que no tiene contenido útil. Lo que ya cumplió un ciclo.

Eso que en un momento iluminó con su función las vidas.
Y aquello que, en cambio, nunca colmó las expectativas generadas.

Un libro aburrido. La tapa de un inodoro.
Y bolsas, muchas bolsas.

La definición de basura es amplia. Tanto que me resulta peligrosamente extensible. Un concepto que se hace aplicable a todo. No sólo al envoltorio que vistió a un paquete de galletas, o a una jeringa ya usada.

Porque muchas ideas ya no sirven.
Porque muchas personas hoy molestan.

Para éstas últimas hay depósitos especiales, dependiendo de su status. Esos depósitos pueden ser manicomios, geriátricos (con sus mil eufemismos: casas de salud, residenciales para la tercera edad, hogar de ancianos, asilos...), pensiones. O lugares de escasa dignidad, calidad otorgada por la elección de su dueño más allá de su aspecto formal; caída por la que optan los que se convocan al ostracismo. Al éxodo. Esos que tras una vida entera se condenan a desaparecer.

Igual que las ideas. Ellas directamente se pierden en el olvido. Pareciera que nuestra mente (y también el colectivo intelectual, esa masa móvil de seres más o menos pensantes) tuviera la capacidad de clasificarlas en forma automática. Con el mismo resultado final que obtendrían si fueran un objeto físico tangible, cuando no sirven son basura, y se descartan.

¿Nuestros espíritus también tienen esa capacidad?
¿Es así como desechamos a las personas que ya no sirven? ¿En forma automática?

Puede pasar, o al menos a mí me ha ocurrido, que una idea que ayer fue residuo hoy me resulta diferente, otros ojos la estudian y otro ser la comprende. Por eso creo que la mente también sabe reciclar.

En un mecanismo inconsciente, una palabra que resume la velocidad, el sigilo, y la minuciosidad implícita en ese procedimiento de olvido y recuerdo que día a día nuestras mentes ejercen.

Porque como alguien escribió una vez en este blog, mucha gente aprovecha la basura de los demás. La aprehende. La recicla y restablece su utilidad y función, o le asigna otros que ahora sí, reaprovechada, podrá cumplir.

Como las ideas, que mientras ocupen algún lugar de nuestra mente, o algún gastado trozo de papel, sobreviven, a la espera de ese día en el que alguien las descubra y vuelvan a ser útiles.
O al menos nombradas.

Pero, ¿qué pasa con las personas que fueron desechadas?

¿Qué pasa con el padre olvidado tras una discusión? ¿O con la madre dejada atrás por una enfermedad? Ellos no van a vivir para siempre. Aunque ocupen algún lugar de nuestra mente, y varios gastados trozos de papel, ellos no van a vivir para siempre.

¿Quién los recicla?

¿Para eso servirán las plazas? ¿Será que hacen las veces de depósito de chatarra humano?

¿Funcionan como exhibidor de cosas con nombres propios? ¿De residuos con sangre, de basura con dolor? ¿De cenizas pensantes?

¿Quién los recicla?

¿No será que su función ahora es otra?

Espero, que uno de ellos mañana no sea yo. Espero, que uno de ellos mañana no seas vos.
Porque nunca es tarde para un abrazo.




Las palomas serán testigos.



Este post pensé que había surgido de la nada, pero pronto me dí cuenta de que fue inspirado por Alguien Más http://melodijeron.blogspot.com/. Así que quiero dedicarle este post a Daniel Viglietti, y a través de él, a todos aquellos que escriben en un blog sus sentimientos, y sus formas de pensar. Desafiemos a los que día a día desde los medios masivos de comunicación nos bajan línea y nos marcan la cancha. Que nadie nos diga por donde ir y por donde no.

A desalambrar, no sólo las tierras, sino también el pensamiento.
 
jueves, septiembre 21
Rendición de cuentas
Desde hace mucho tiempo creo que lo importante no es la realidad, sino la percepción que tenemos de ella.

Es así que explico por qué no es importante la seguridad. Ni la libertad. Tampoco la felicidad.

Lo que importa es que tan seguro creas estar, que tan libre pienses ser, que tan feliz te sientas.

Esta idea también me permite entender las risas del Borro, y los llantos de Carrasco. La eterna alegría del tonto y la perenne depresión de aquél que todo lo entiende.

Nuestro humor cambia, permanentemente. Un tranquilo despertar puede transformarse en una mañana insoportable con sólo encender el televisor, o al responder a un llamado temprano. Una jornada para el olvido puede hacerse gloriosa frente a su último plato de comida, o a su penúltimo beso.

Es que el humor chequea nuestras percepciones en forma constante. De esa forma nos obliga a realizar cambios cuando el panorama no pinta bien, una especie de tirón de orejas.

Cuando estamos de mal humor nos sentimos mal. Como un dolor que no se siente.
Pero que está.

Algo viene sobre ruedas, o ya salió. Ilumina el porvenir.
Me siento bien.
Algo va a salir mal, o ya salió. Complica el futuro.
Me siento mal.

Si algo me bajonea, las opciones son dos. O consigo que esa situación se revierta, o cambio la percepción que sobre esa situación tengo. Es decir, soluciono un problema, o me engaño.

Y es precisamente a eso que dedicamos nuestras vidas, día tras día.
A solucionar problemas y a engañarnos.

¿Cómo engañarse? Fácil.
Podemos ser muy boludos, y mentirnos a nosotros mismos. No olvidemos que el mal de muchos es consuelo de bobos. A veces nuestra mente lo hace en forma automática, como vía de escape (hoy no voy a profundizar en la locura). Otra forma es ingresando alguna sustancia al sistema.

Pero incluso cuando venimos timoneando bien, algunas cosas nos pueden doler.
Es que si nuestro estado anímico dependiera solamente de nuestro presente, y de nuestro porvenir, quizás las cosas fueran más sencillas. Pero, ¿por qué es que también tenemos que penar por nuestro pasado?

Esos sueños me castigan muy seguido.

Sueño con ustedes. Con el cuadro de fútbol que se separó.

Con los pasillos de facultad. Con aquellos diálogos. Con las sonrisas de ocasión, con aquél sentimiento de pertenecer a algo que era más grande pero que ni mi saber ni mi entendimiento pueden hoy explicar.

Sueño con los miedos que alguna vez tuve.

Sueño con todo aquello que dejé de ser. Y me despierto con un vacío en el pecho, con ganas de seguir durmiendo y volver a esa realidad que fue pero que no está, que dista de mí en años y en segundos. Una nostalgia que me desgarra.

Los sueños me castigan. Me recuerdan aquello que no pude ser, aquello que aún no logré.
Me muestran aquellas cosas que no me animo a conseguir.

Creo que por las noches rendimos cuentas. Con nosotros mismos. Nos paramos frente al estrado con el corazón en la mano. Somos juez y jurado. Fiscal y acusado. Un juicio que vos no pediste pero que cada tanto te llega.

Y que te despierta con su veredicto grabado en tu alma.

Esta será la última vez que pregunto algo en forma tácita, es decir, esperando una respuesta. ¿Algún sueño te castiga? ¿Te animás a contar en que has fracasado en tu vida? ¿Qué no has conseguido? ¿Qué no te permite ser feliz?
¿Podés compartirlo, aunque sea anónimamente? ¡Cómo me gustaría leer algo de sinceridad ajena en este blog...!
 
viernes, septiembre 15
La letra escarlata
La cruz con la que todos cargamos.

Tu nombre no lo conocen. Pero en la frente tenés escrito que sos bien puta, y eso sí que todos lo saben.

De vos saben que a veces te fumás un porro.

Aquél estuvo preso por estafa.

El de peluca una vez se cogió un niño.

Pero poco importa cuál es la dimensión del pecado cometido. La condena surge de una precisa medida de comparación, otorgada por una balanza alimentada por los peores sentimientos de una sociedad que siempre, siempre estuvo en decadencia.

No vayas a vomitar un sábado o un domingo a las siete de la mañana mientras tu vecina barre la vereda, o saca a pasear a su cusquito de tres kilos, porque estás condenada.

Y si salís de tu casa a esa hora con un pibe en actitud sospechosa... que Dios te ampare. Pero si sos varón y salís con una minita, como máximo te llevarás alguna sonrisa macanuda.

La gente piensa que esto cada vez pasa menos. Qué estupidez.

En uno de los platillos va la cagada. Aquello que expone a la víctima a la sanción pública, a la silente discriminación. Esa que nunca vas a escuchar directamente, pero que sentís flotar en el aire. En esos silencios que se forman cuando entrás al almacén, y mientras esperás el cambio.

Vos sos el que pasa en el cyber.
El pajero.

Aquél es el lento.
Es medio mongólico.
Como mucho podrá cortar el césped.

Vos vas por mal camino, juntándote con esa mugre. Aprendé de tu hermana, que si saca once en un escrito se encierra a llorar. Grandes chances de ser frígida sabe tener.



Te invito a hacer un alto en esta denuncia. Yo también pienso que si no le prestás atención a lo que digan los demás, sus dichos no te van a hacer daño.
¿Pero de verdad pensás que estás libre de su condena?

En el segundo platillo descansan los méritos requeridos por la tribu de los acúmulos superfluos.

Méritos del tipo "tiene dos autos". Tiene una gomería y dos estaciones de servicio.
Trabaja en la televisión. Es político. Dicen que tiene estancia.

¿Miedo o envidia?

Una vez nos sacó campeón. No sabés como jugaba.

Me importa un carajo como jugaba.

Podés ser una lacra, pero si inspirás miedo o admiración (envidia) estás salvado.

Mientras tanto, los tristes y jóvenes pléyades del siglo XXI seguiremos navegando los mares del subdesarrollo bajo la atenta mirada de quienes todo lo juzgan.

Al menos, todo aquello a lo que se atreven. O a lo que les permita la benzodiazepina de elección.

¿Por qué me transmiten su frustración? ¿Una vez más tengo que volver a pensar en ellos?

Justifico este post. Veo a la chica de los alfajores todos los días.
Sus ojos siempre me piden amor.

Y ésta es la única forma de dárselo. Aunque no lo sepa. Aunque nunca pueda averiguarlo, porque en su escuela especial nunca se lo vayan a enseñar.
Por su penar viajo por el de todos, por el del drogadicto y también por el del fracasado. Todavía pienso que todos podemos o pudimos serlo. Una de las pocas cosas que me enseñó la vida, y que creo haber aprendido, es a no escupir para arriba. Hoy escribo desde mi computadora con banda ancha, desde la comodidad del calor de un nido algo parecido a la clase media, de prestado.
Hace un año caminaba por todos lados con la panza chiflando. ¿Mañana? Mañana no sé, mañana no está.
¿O vos jurás que mañana vas a estar cómodo? ¿Vos firmás que en diez años vas a estar casada, casa-auto-niños-y-perro-en-el-jardín?

¿Quién te asegura que no vas a estar con la nariz llena de merca?

Bregando por un confortable lugar en el ostracismo de aquellos que en un tiempo te hicieron pedazos. Ese destino que hoy buscas no me queda para nada claro. ¿Vos lo tenés seguro?

¿Sabés hacia dónde vas?



¿Me decís hacia dónde queda?
 
miércoles, septiembre 6
Libertad mental
Empujo las paredes de mi cráneo, necesito salir.

No importa lo bien que parezcan estar las cosas, pues ellas, todas y cada una de ellas, están completamente fuera de mi control.

La vida agarra para donde quiere, cuando quiere. Los días pasan, las ganas se acumulan. Fermentan. Se pudren y lentamente corroen el espíritu, formando un coágulo asqueroso de frustración.

Hoy no logré esto, ayer no conseguí lo otro. Probablemente mañana vuelva a fracasar.
Ahora me pregunto, ¿qué pasa si no lo intento? ¿Qué pasa si dejo de intentarlo?

Siempre entendí el concepto de infinito. No me mareo al dibujar en mi mente una idea que no tiene fin, sea cual sea. Lo que nunca pude comprender es el cero. La nada. El vacío.

¿Qué es eso? Tal cosa no puede existir. Llego rápidamente a una conclusión: si dejo de intentar lograr cualquier meta, no puedo fracasar. Es simple, lógico, pero efectivo.

¿Te parece triste? ¿Miraste a tu alrededor?

Uno de los problemas más jodidos que trae la frustración es, como casi todas las enfermedades, su contagio. Los demás no tienen por qué fumarse mi malestar, ni mi cara de culo. Ni escuchar mis relatos ausentes de logros. En realidad, en este momento si me siento afligido es porque irradio malestar. Contagio la lúgubre podredumbre que deja en mi interior una libertad contenida.

Hay que pagar un precio carísimo por esa libertad, y como yo no estoy dispuesto a hacerlo, empujo. Levanto la cabeza, la agito. Tomo carrera, reboto sobre mi costado. Me incorporo. Tengo que seguir empujando. ¡Ahhh!. Una vez más... corro y empujo, el sudor tiene que valer la pena. Cierro los ojos... ya no las siento. De a poco, las paredes ceden, y se alejan...


Y vuelvo al patio de la escuela. A aquella mañana del año '94, que nos vio a vos y a mi de túnica blanca bajo un eclipse solar. Siento correr la noche por mis venas, y siento como a vos los ojos se te llenan de vida.
Estamos juntos y a oscuras...

Se me duermen los brazos... siento una brisa cálida en la cara...








Y escucho la radio del auto al mango.
Te pido un trago de Sprite y seguimos, disfrutando de la juventud y del auto que nos lleva por la rambla. Miro el sol y me ciega de blanco...


... bajo la mirada y respiro paz, por todas partes. Noche de grillos y fogón. Con el interminable sonido del mar como fondo de esa azul pintura.


Despierto.

Otro auto que dobla la esquina. El sol no se ve. Tus ojos tampoco.

No llevo puesta una túnica. Por suerte tampoco una mortaja. Aunque nada brille como antes.

Me estás hablando y en realidad no te escucho. Si te digo la verdad, tampoco te oigo. Estoy disfrutando de mi libertad mental. De mi reproductor de mp3 con radio, CD, pasacassette y pasarecuerdos integrado.

De ese don maravilloso que te permite verme aunque yo no esté.




Hoy no hay dedicatorias. Sólo preguntas.

¿Será este post uno de esos que saco después de reaccionar, luego de que tras alguna alegría de la vida me hace sentir arrepentido de haberlo colgado?



¿A qué venís a este blog? ¿A conocerme, o a encontrarte?