La vida sigue pasando bajo mis ojos, bajo mis zapatos. Sigo acertando baldosas huérfanas con el pie, gracias a este libreto, buscándole un sentido, una dirección. Algunas explicaciones.
Pero algunas cosas cambiaron. Definitivamente cambiaron.
Te das cuenta cuando algo no va a volver a ser lo que era. Es una seguridad. Casi como que mañana una vez más va a salir el sol. Por suerte.
En una especie de liberación consciente, dejé atras todo aquello que me declaraba culpable de algo poco claro, pero de alguna forma perturbador. De cosas triviales y tontas -quizás un proceso inconcluso de la adolescencia-, pero también de algunas cosas algo más complejas. Pasa que cuando querés cambiar el mundo, te imponés algunas reglas básicas para no caer en el famoso "haz lo que yo digo pero no lo que yo hago". (En realidad debí decir "Cuando todavía pensas que podés cambiar el mundo".)
La bocha a mis veinticinco va yendo por esos lares.
Ejemplos desde el ómnibus: antes no tiraba un papel en la calle. Hoy mi boleto dos por tres se baja del bondi conmigo pero después no me acompaña. Antes me compadecía de los que subían a pedir. Hoy me rompen las pelotas. El otro día un ciego me dejó una estampita y no se la pagué. La restante media hora de viaje la pasé filosofando sobre ese acto.
Big deal.
Boludeces, para las cosas importantes ya tendremos tiempo.
¿Será así? ¿Serán estos los síntomas?
Hay cosas que nos cambian, por dentro y por fuera. No pensé que la forma de pensar pudiera ser una de ellas, al menos no una válida. El error o el despecho siempre deben de estar mezclados en algo así. Pero esto me sucedió, yo lo puedo contar, es así. Me pasó. Y ya no me siento culpable por eso.
No soy culpable del hambre del África -y la sigo nombrando, varias veces van ya-.
Ni de la delincuencia.
Ni de que este sea un país de mierda, o de que vos sigas siendo un gil.
Es evidente que no depende de mí.
Porque uno no elegiría sentirse así.
Sentirse un ladrillo más en la pared. Uno más del montón. Un número. Un nombre. Una referencia.
Un olvido. Mil acuerdos. Algún recuerdo. Otro número. Alguna deuda. Alguna promesa cumplida.
Un átomo más en el enjambre. Mañana un aviso en el diario, y ya.
Por eso tanto tiempo sin escribir. ¿Cómo seguir ahora que todo es igual pero distinto?
Mi interior es algo más transparente en este momento, lo dejo ver sin miedo. Los temores propios de las debilidades humanas van quedando de lado. Acepto más fácilmente los placeres, pienso mucho más como evitar los sinsabores. Me pregunto si tuve que estar tan cerca -lo suficiente como para temer quizás no volver- de irme para darme cuenta de estas cosas. Un manual de vida que en la escuela me reemplazaron por otro, lleno de amenazas y de pecados.
Ahora entiendo más a los demás.