Todo aquello que no sirve, que sobra o que molesta, es basura.
Lo que no tiene contenido útil. Lo que ya cumplió un ciclo.
Eso que en un momento iluminó con su función las vidas.
Y aquello que, en cambio, nunca colmó las expectativas generadas.
Un libro aburrido. La tapa de un inodoro.
Y bolsas, muchas bolsas.
La definición de basura es amplia. Tanto que me resulta peligrosamente extensible. Un concepto que se hace aplicable a todo. No sólo al envoltorio que vistió a un paquete de galletas, o a una jeringa ya usada.
Porque muchas ideas ya no sirven.
Porque muchas personas hoy molestan.
Para éstas últimas hay depósitos especiales, dependiendo de su status. Esos depósitos pueden ser manicomios, geriátricos (con sus mil eufemismos: casas de salud, residenciales para la tercera edad, hogar de ancianos, asilos...), pensiones. O lugares de escasa dignidad, calidad otorgada por la elección de su dueño más allá de su aspecto formal; caída por la que optan los que se convocan al ostracismo. Al éxodo. Esos que tras una vida entera se condenan a desaparecer.
Igual que las ideas. Ellas directamente se pierden en el olvido. Pareciera que nuestra mente (y también el colectivo intelectual, esa masa móvil de seres más o menos pensantes) tuviera la capacidad de clasificarlas en forma automática. Con el mismo resultado final que obtendrían si fueran un objeto físico tangible, cuando no sirven son basura, y se descartan.
¿Nuestros espíritus también tienen esa capacidad?
¿Es así como desechamos a las personas que ya no sirven? ¿En forma automática?
Puede pasar, o al menos a mí me ha ocurrido, que una idea que ayer fue residuo hoy me resulta diferente, otros ojos la estudian y otro ser la comprende. Por eso creo que la mente también sabe reciclar.
En un mecanismo inconsciente, una palabra que resume la velocidad, el sigilo, y la minuciosidad implícita en ese procedimiento de olvido y recuerdo que día a día nuestras mentes ejercen.
Porque como alguien escribió una vez en este blog, mucha gente aprovecha la basura de los demás. La aprehende. La recicla y restablece su utilidad y función, o le asigna otros que ahora sí, reaprovechada, podrá cumplir.
Como las ideas, que mientras ocupen algún lugar de nuestra mente, o algún gastado trozo de papel, sobreviven, a la espera de ese día en el que alguien las descubra y vuelvan a ser útiles.
O al menos nombradas.
Pero, ¿qué pasa con las personas que fueron desechadas?
¿Qué pasa con el padre olvidado tras una discusión? ¿O con la madre dejada atrás por una enfermedad? Ellos no van a vivir para siempre. Aunque ocupen algún lugar de nuestra mente, y varios gastados trozos de papel, ellos no van a vivir para siempre.
¿Quién los recicla?
¿Para eso servirán las plazas? ¿Será que hacen las veces de depósito de chatarra humano?
¿Funcionan como exhibidor de cosas con nombres propios? ¿De residuos con sangre, de basura con dolor? ¿De cenizas pensantes?
¿Quién los recicla?
¿No será que su función ahora es otra?
Espero, que uno de ellos mañana no sea yo. Espero, que uno de ellos mañana no seas vos.
Porque nunca es tarde para un abrazo.
Las palomas serán testigos.

A desalambrar, no sólo las tierras, sino también el pensamiento.
una pregunta... las palomas vuelan alrededor de la basura, pueden comer de ella? me refiero a la realidad.