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miércoles, junio 28
Rehenes
¿Alguien me puede explicar por qué tuve que caminar cuarenta y cinco cuadras ayer?

¿Ésto es el sindicalismo? ¿Para ésto sirven los gremios?

¿Para qué sirven?

Pienso en Dancotex. Lo veo a Soloducho huyendo como una larva, siguiendo el promisorio camino de sus viles intereses. Enfrente lo veo al PIT CNT, encarándolo, parado firme. Siento orgullo.

Pienso en ADEOM. Los veo sonreír, festejar. No entendieron que no se les podía pagar. No quisieron negociar. Ganaron. Perdimos.

Los intereses creados por un aumento de aproximadamente un 20% del IPC aplicados a cada sueldo, aguinaldo y salario vacacional desde mediados del 2002 hasta el día de la fecha.

A gente que trabaja seis horas por día, cinco días a la semana.

Los veo siguiendo su camino también. Enfrente no veo a nadie parado. Siento vergüenza.

¿Por qué ganó la izquierda?

No me parece que la gente haya entendido lo que es en verdad un cambio. Lo que implica, lo que significa ser parte de un cambio.

Sinceramente no creo que un país de gerontes sea cuna de ninguna revolución social.

¿Quién tiene verdaderamente el poder? ¿Quién manda?

Durante años nos comimos la pastilla.

La guerra por el poder político no es entre comunistas y capitalistas. Ni entre demócratas y republicanos. Tampoco entre católicos y herejes. La verdadera pelea por el poder se remonta a los orígenes mismos del hombre y es la lucha de generaciones, que es eterna.

El viejo de la tribu iluminando con sus consejos a los jóvenes que se inician es una calcomanía.
Una mentira repetida mil veces, millones de veces, tratando de erigirse como verdad indiscutible.

Los jóvenes pelotudos como yo, que andamos en los derredores de la primera veintena, ganamos tres mil pesos de mierda que no alcanzan ni para alzar la mirada. Y, por supuesto, somos los culpables siempre.

Hasta hace relativamente poco pensaba que esto que ahora estoy afirmando era un cliché. Una razón necesaria para justificar la rebeldía de los más jóvenes, de los púberes. Algo así como el motor de los adolescentes. Hoy me doy cuenta de que es una verdad irrefutable.

Pienso que el poder lo tienen en su mayoría los sexagenarios. Se me ocurrió culparlos a ellos de todas las bajadas de línea. De todos los mundiales de antes, que eran mejores que los de ahora.

Culparlos de que antes tomar una Coca Cola era un evento. De que andaban en bicicleta sin casco... (¿quién anda en bicicleta usando casco, viejo pelotudo?). De que había tiempo para escuchar sus boludeces. Por suerte hoy no, por suerte cada vez hay menos.

Los viejos se agarran de ese poder que les da la antigüedad. Haberle sobrevivido a los años, a las tormentas. Parados como gigantes en el tiempo han visto pasar miles de ojos, miles de esperanzas. De muchas de ellas se alimentaron. Lograron echar raíces. Esto les permite estar en todas las cúpulas: políticas, educacionales, gerenciales, médicas. El capo siempre es un viejo.

Tienen a su vez agarradas de las pelotas como mínimo a dos generaciones. A sus hijos, que por lo general son "menos". Y obviamente a sus nietos, que en su mayoría son pelotudos como yo, que escriben su rabia diaria en un blog, en una pared, en una letra de rock.

Me gustaría ser testigo del momento exacto en el que una persona se transforma, de una sola vez y para siempre, en un dinosaurio. En un dictador.

Deduzco (siempre navegando en mi peligrosa teoría, que reconozco miope, torpe, y nacida del odio) que buscan perpetuar su poder y su influencia, no por otra razón más que por la del miedo.

En el fondo y en la superficie saben que la cenicienta muchacha de elegantes y lánguidas facciones los sigue de cerca...

Recorren pasillos sintiendo sus pasos detrás. Oyen sus gemidos, sus cadenas.
Pueden ver su sombra.

Saben que en cualquier momento les pega la guadaña.

Ojo que a nosotros también nos ronda. Pero por suerte ni la oímos, ni la sentimos cerca. Estamos demasiado ocupados buscando enemigos, acechándolos.

Por todos los cielos... ¿me querés decir, basurero podrido hijo de siete mil basuras, qué carajo tienen que ver los viejos con el paro de transporte y con los gremios?

Simple. Los gremios son unos viejos de mierda.

Ya no hay jornadas laborales de dieciocho horas, ni tampoco niños de ocho años engrasando engranes de alguna fábrica de Londres. Ya no se trabaja de lunes a domingo de cuatro de la mañana a diez de la noche.

Gracias a los gremios. Que habiendo cumplido sus funciones, deberían bajar el perfil.

Y no dejarme a pie por un yiro.

Me he ido caminando por un guarda muerto, por un chofer muerto, pero nunca por una maestra muerta. Ni por un bombero, ni tampoco por un policía. Y han muerto varios mientras cumplían sus funciones.

¿Si yo te dijera que te fueras al laburo o a estudiar caminando, reclamando por la muerte de una maestra, lo harías?

¿Verdad que no?


Si los gremios, con su metódica instrumentación de poner el palo en la rueda, han logrado tantas reivindicaciones sociales, han revertido tanta injusticia, han avanzado tanto en el sueño de una sociedad más libre y más justa... ¿por qué no luchan por los verdaderos problemas de la humanidad?

O visto de otra forma... ¿por qué los humanos no nos agremiamos y luchamos de una buena vez contra las verdaderas calamidades?

¿Por qué no hacemos un paro contra el virus del SIDA?

¿Por qué no ocupamos los bancos y pedimos por los niños del África? ¿O por los niños del borro?

¿Por qué no paramos todos los automóviles y le pedimos disculpas a la naturaleza, por haberla destruido?



¿Por qué no puedo dormir?

¿Por qué soy rehén?


Quiero homenajear a Mauricio Rosencof, y a través de él, a todos aquellos viejos que desinteresadamente me enseñan a caminar por la vida, mostrándome que todas las grandes cosas que nos pasan a los hombres son fruto del amor.
 
sábado, junio 10
Recuerdos
Es el tercer intento consecutivo de agregar un post hoy. La mano viene complicada.

Pienso en las oportunidades. Las pienso como concepto, e intento recordarlas intangiblemente materializadas en el transcurso de mi vida.

También pienso en las ambiciones. Se me ocurre una larga lista de ellas, pero al leer la palabra sólo puedo recordar las caras de quienes me hicieron saber las suyas.

Son muchas las caras que he visto. A veces pienso que fueron demasiadas. De casi todas recuerdo algo.

El otro día recordaba a mis compañeros de facultad. De muchos de ellos olvidé el nombre, y en el momento en que me doy cuenta de los efectos del paso del tiempo en mi memoria se me hace un nudo en la garganta.

Siempre creí tener buena memoria. Pero, ¿cómo puedo recordar un rostro y no las claves para identificarlo?

Hace algún tiempo, escuché a un viejo sabio y uruguayo diferenciar a la memoria del recuerdo. Decía, con palabras muy diferentes, que en la memoria se guardan aquellos hechos y aquellas informaciones que, en general, nos resultan desde un punto de vista afectivo neutras. Y que en el recuerdo, guardábamos todo aquello que realmente nos había tocado. Explicó también, que la etimología del verbo recordar hacía referencia a ésto, funcionando el re como prefijo de repetición y el resto de la palabra proviniendo del latín cordis, que significa corazón. El resultado es algo así como volver al corazón.

Esta explicación me brinda una salida. Una puerta se abre y las cosas parecen más claras. No recuerdo los nombres, pero sí sus vivencias. Recuerdo anécdotas, momentos. También insultos, mentiras. Recuerdo algunos timbres de voz. Recuerdo aquél que me dijo una vez en el liceo que de grande quería ser mecánico de motos. Recuerdo a la futura maestra. Y al guitarrista, al médico y al presidente de la República.

Al que se llevó la droga, al que fue a la cárcel. A Pedro, que se ahogó en un arroyo por salvar a otro. A Jessica, que tenía una voz increíble. Al Tati... ¿dónde estás Tati?

Me avivo de que recuerdo y nostalgia muchas veces van de la mano. También siento que la nostalgia no tiene antónimos. Microsoft Word® me sugiere a la alegría y a la indiferencia como contrarios a la nostalgia, pero yo creo que no. Diferentes sí, pero contrarios no, no te la llevo Word.

Lo jodido de todo esto es recordar cosas que nunca pasaron. O lo que es peor, mezclarlas con vivencias que sí tuvieron lugar en la historia. Que es justamente lo que acabo de hacer.

  • Porque no siempre recordar algo que no pasó significa estar loco. Creo que es mayor locura tratar de recordar memorias, aunque el verbo recordar no nos deje otra, teniendo que apelar sino a frases como "encomendar a la memoria", "tener presente" o "conmemorar", según me sugiere mi buen amigo el Word®.
  • Porque en mi generación no hubo ni guitarristas ni presidentes, pero sí maestras y mecánicos. Lo que me hace recordar que hoy arranqué hablando de las oportunidades, pero ahora ya no tengo ganas.
Y de las ambiciones. Pero ya no recuerdo cuáles eran las mías.

Del viejo sabio y uruguayo que mencioné tampoco recuerdo el nombre.



Hoy quiero homenajear al recreo, al de la escuela, el liceo y la facultad, por ser probablemente la instancia de mi vida que más recuerdos me ha dejado. Recuerdos como el futuro de mis compañeros, de quienes hoy no conozco su presente.